Programa de reintroducción de yaguaretés en el noreste de Argentina

El regreso de los yaguaretés a los bosques y zonas verdes del noreste de Argentina simboliza la lucha por preservar la biodiversidad en tiempos de cambio climático y desafíos medioambientales

Los biólogos creen haber identificado al ejemplar observado anteriormente: probablemente se trataba de Porá, una hembra nacida en diciembre de 2020 en el interior del recinto. Su nacimiento fue noticia en toda Sudamérica en su momento, ya que significaba que, tras diez años de trabajo y cientos de miles de euros, el programa de cría de jaguares empezaba por fin a dar sus frutos. 

No sé por qué Porá vino aquí, dice el investigador, con botas de goma hasta la rodilla. Señala tierra fresca y marcas de arañazos en la base de la valla de una jaula de ocho metros de altura que alberga a Malú, otra hembra mayor mantenida en cautividad. 

Está claro que Porá lleva mucho tiempo arañando la tierra. ¿Intentaba entrar en la jaula? ¿Una visita amistosa? ¿Un intento de reclamar territorio a su compañera? ¿O un intento de hacer salir a la matriarca?

Malú, de casi ocho años, también nació en cautiverio, en un zoológico uruguayo que la donó al Iberá en enero de 2022. Vivió demasiado tiempo en presencia humana como para poder sobrevivir en libertad. Sus cachorros, en cambio, aunque nacieron en una jaula, han sido alimentados con animales vivos y han aprendido a cazar. Esta es la clave para poder vivir en libertad en la naturaleza. 

En total, desde 2019, ocho jaguares -algunos nacidos en el centro de reintroducción, otros salvajes, procedentes de países vecinos como Brasil- han sido liberados en los humedales del Iberá. El verano pasado, dos de las hembras dieron a luz. 

¡Los primeros nacimientos de jaguares salvajes en la región desde hace siete décadas! Y una primera señal alentadora para la recuperación de las poblaciones de este felino, del que sólo quedan entre 200 y 250 ejemplares en el país.

Un parque abierto a los turistas

Lo cierto es que con una docena de yaguaretés repartidos por la inmensidad del Iberá, hay pocas posibilidades de ver alguno en libertad… 

Pero eso no desanima a los visitantes: 48.000 en 2021, una cifra que las autoridades esperan duplicar para 2028. 

El viaje suele comenzar en Buenos Aires, con un vuelo de noventa minutos a Corrientes, una ciudad boscosa a orillas del Paraná y capital de la provincia del mismo nombre. 

A continuación, cinco horas y media de viaje hacia el sudeste a través de sabanas, bosques y pantanos, por carreteras asfaltadas pero llenas de baches. 

Por el camino, se atraviesan arrozales y una enorme zona de 200.000 hectáreas de pinar, cultivada para obtener madera barata. Tramos llanos y monótonos, aparentemente desprovistos de vida animal. 

Luego, finalmente, se desvía hacia el pueblo de Colonia Carlos Pellegrini, de 900 habitantes, los caseríos que sirven de puerta de entrada al parque. Y la naturaleza reina. 

En los bosques, los tucanes se atiborran de fruta, mientras los jabirus americanos, grandes aves zancudas de la familia de las cigüeñas, defienden ruidosamente sus nidos, del tamaño de las ruedas de un camión, y los monos aulladores chillan en cuanto uno se acerca a su territorio.

En la entrada sureste del parque nacional, los cantos de los pájaros son ensordecedores, sobre todo cuando cae la noche y el sol desaparece sobre las marismas. Las escenas de la vida cotidiana aquí son a veces asombrosas. 

Las aguas suelen ser poco profundas, por lo que los lugareños vadean descalzos o montan a caballo hundiéndose hasta las rodillas en el barro. Abundan los caimanes, las serpientes y las pirañas. 

Y, al igual que hacían los cazadores furtivos con sus pieles de nutria, los lugareños utilizan canoas tiradas por caballos para transportar mercancías y ahora también turistas. Mientras el caballo se abre paso por las aguas fangosas, la canoa roza la superficie del agua, sin hacer ruido que pueda espantar a la fauna.

Los visitantes se deslizan por los vericuetos de esta extraña Arca de Noé, entre tortugas, caimanes y lagartos que toman el sol. 

En tierra firme, también puede toparse con una veintena de rollizos cabiwakes mordisqueando plantas y raíces acuáticas, mientras sus crías, viva imagen de hipopótamos bebés, maman del pecho de su madre. 

Los jaguares, sus depredadores naturales, aún no han regresado con fuerza, y los cabiais, ahora en gran número, se sienten claramente seguros. Ni siquiera el insistente bocinazo de un coche les inmuta cuando están echando la siesta en medio de una pista. Los osos hormigueros gigantes son más difíciles de avistar, pero si tiene suerte, podrá ver a estos animales de dos metros de largo a caballo por los prados, con sus estrechos hocicos utilizados para succionar hormigas y sus tupidas colas en las que se envuelven por la noche, como una manta.

En los últimos años, con la ayuda de las autoridades argentinas, se han modernizado los embarcaderos turísticos, se han equipado los campings con duchas, se han pavimentado las carreteras, se han nivelado los emplazamientos de las tiendas… 

Y se han abierto albergues en los portales, en el límite del parque. Los turistas empezaron a pasar más tiempo en el Iberá. Los paseos en barco de una hora se convirtieron en acampadas de una semana y, para los más aventureros, incluso en expediciones en kayak de cuatro días.

El parque nacional está abierto todo el año, pero es mejor evitar el calor del verano. El periodo ideal es de abril a agosto (aunque hay que tener cuidado con la segunda quincena de julio, cuando muchos argentinos se van de vacaciones). La región está más seca, lo que facilita la observación de la fauna. Entre septiembre y noviembre no hay aglomeraciones, pero sí riesgo de lluvias.

¿Cuánto tiempo? Tres días, mejor cinco. Las espectaculares cataratas de Iguazú están a sólo 400 kilómetros al norte. Puede combinar la visita a ambos lugares en el transcurso de una semana.

El difícil renacimiento del Iberá como paraíso del ecoturismo

Sergio Flinta fue uno de los que no creyó en ello. Este imponente senador correntino lleva años luchando apasionadamente por los intereses de su provincia. Pero admite que siempre desconfió de los proyectos ecologistas de los últimos años. 

Por aquí somos bastante yanqui-fóbicos, explica, en referencia a que el matrimonio Tompkins, los filántropos que están detrás de titánicos proyectos ecológicos en Argentina y Chile, son estadounidenses. 

Sin embargo, el ejemplo de los parques Patagonia y Pumalín, en la Patagonia chilena -ambos iniciados por los Tompkins-, y el del Parque Kruger, en Sudáfrica, le han convencido de que las comunidades locales pueden beneficiarse de la conservación de la biodiversidad. 

En Iberá, fue necesario persuadir a residentes y empresarios de que la fauna viva podía valer más que las pieles o los cueros de los animales. 

Al principio, en la década de 2000, la gente nos miraba con mucho recelo ¿Quién demonios va a querer pagar por ver una cabia o un caimán? ¿O un caimán?.

Pero hubo personas como Ignacio Jiménez Pérez, biólogo español, que ayudó a diseñar el proyecto de rewilding del Iberá, coincide: El problema es que preservar la naturaleza suele entrar en conflicto con otros intereses incompatibles. En una zona determinada, el espacio suele ser limitado, así que la cuestión es cómo aprovecharlo al máximo: produciendo soja o maíz, construyendo complejos hoteleros junto al mar, explotando los recursos minerales, el petróleo… Todos estos intereses compiten. Y tenemos que conseguir que todos entiendan que preservar la naturaleza es la mejor opción.

Estamos orgullosos de haber salvado un ecosistema en vías de extinción, aseguran todos los involucrados. Pero, sobre todo, se sienten orgullosos de haber puesto en marcha un proyecto que no era elitista, ideado por intelectuales o fanáticos. Tan importante como la reintroducción del jaguar es para mí ver a nuestros jóvenes convertidos en guías para turistas». El hombre está presionando ahora para que se incluya a más pueblos de los alrededores en la estrategia de desarrollo de Iberá.

Así se espera mejorar la vida cotidiana en una provincia donde, según las autoridades, el 41,5% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza. Y para limitar los conflictos entre humanos y jaguares, que pueden surgir en caso de ataque a una vaca, un rebaño de ovejas o un perro, se organiza talleres para preparar a los agricultores ante posibles incidentes, explicando que estos felinos raramente atacan a los humanos. Y para aclarar el principio del rewilding: el regreso del jaguar contribuirá a regular la población de cabiais, permitiendo la recuperación de especies vegetales y vertebrados vulnerables, reequilibrando la cadena alimentaria y ayudando a restaurar el paisaje.

Permanecer alerta ante el cambio climático

Además de la reintroducción de los yaguaretés, los signos son alentadores para los guacamayos cloropteros -alrededor de diez hasta la fecha, incluidas las crías nacidas en libertad en Iberá- que están reapareciendo en el país, ciento cincuenta años después de haber sido exterminados. 

El número de osos hormigueros gigantes, también erradicados en su día de la región, asciende ahora a 200, mientras que el de venados

 de las pampas, de los que sólo quedan 2.000 ejemplares en el país, se acerca a los 150. Pero la vigilancia sigue siendo necesaria. El cambio climático está provocando periodos prolongados de sequía, y los incendios se están volviendo masivos, exacerbados por las temperaturas extremas. Los incendios forestales -a menudo provocados por ganaderos que practican la tala y la quema para regenerar sus pastos- están devorando todo lo que encuentran a su paso.

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