La compleja gestión de los bosques franceses, un área internacional privilegiada, ante la crisis ecológica

Segunda parte

En la segunda parte de nuestro análisis sobre la gestión de los bosques franceses, nos adentramos en la compleja tarea de preservar estos ecosistemas frente a la crisis ecológica. 

Descubriremos cómo, a pesar de una historia rica en prácticas de gestión forestal, Francia enfrenta retos únicos debido a la fragmentación de la propiedad y los efectos del cambio climático.

La gestión de los 17 millones de hectáreas de bosque en Francia continental es una tarea heterogénea y desafiante. 

Estos bosques, divididos en estatales, comunales y privados, enfrentan problemas de accesibilidad, gestión fragmentada, y el creciente impacto del cambio climático. 

Un estudio reciente destaca que la inaccesibilidad, la fragmentación de las parcelas y la disminución de las poblaciones arbóreas están poniendo a prueba la capacidad de Francia para mantener sus bosques en un estado óptimo. 

En esta segunda parte de la nota, vamos a profundizar en los desafíos actuales y los esfuerzos para adaptar estos preciosos ecosistemas al clima futuro, preservando al mismo tiempo su biodiversidad y beneficios sociales y ecológicos.

Objetivos para 2050

A pesar de estas dificultades, los bosques son hoy objeto de gran atención. Se trata de un recurso importante de cara a los objetivos de reducción de gases de efecto invernadero fijados para 2050 por la Estrategia Nacional de Reducción de Emisiones de Carbono , la hoja de ruta de Francia en la lucha contra el calentamiento global. 

Desde hace algunos años, se han desarrollado numerosas políticas a escala europea y francesa para defender la dendroenergía, supuestamente destinada a sustituir a los combustibles fósiles”, señala el especialista en adaptación de zonas forestales. 

Sin embargo, el tema es controvertido: la comunidad científica se ha pronunciado sobre las consecuencias negativas en términos de balance de carbono del aprovechamiento de la madera para la producción de energía.

Otros han visto en los bosques una herramienta en la lucha contra el calentamiento global, gracias al carbono almacenado por los árboles. 

Capturado por el mecanismo de la fotosíntesis, el 15% de nuestras emisiones brutas de GEI son reabsorbidas por nuestros bosques cada año, según cifras de Citepa.

Pero en realidad, incluso la gestión más virtuosa no cumpliría todos los criterios establecidos en el Acuerdo de París, es decir, la reducción de la temperatura global, de la temperatura de la superficie y de las emisiones de carbono. 

La consecución de cada criterio tiene el precio de un compromiso en otro de los objetivos.

Desde hace algunos años, este mecanismo de almacenamiento de carbono es pregonado por las empresas con el nombre de compensación de carbono. 

Se trata de financiar proyectos medioambientales destinados a reducir las emisiones de carbono. Pero estos proyectos de compensación mediante la reforestación están demostrando ser ineficaces, irrelevantes y muy limitados frente al calentamiento global.

Los árboles tardan mucho en crecer. Se calcula que la esperanza de vida de un árbol es de al menos 100 años. 

El tiempo necesario para recrear ecosistemas estables capaces de compensar las emisiones no es coherente con la necesidad de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero para 2050.

Además, destruir una zona para recrear otra nunca garantiza que esta última cumpla las mismas funciones ecosistémicas. 

Es más, ¿resistirán al cambio climático los bosques plantados para compensar nuestras emisiones o servir como recursos energéticos? ¿A las amenazas a los ecosistemas? No con seguridad.

Replantearse el uso de los bosques

¿Qué hacer con los bosques? La gestión de estos ecosistemas es un acto de equilibrio.

En primer lugar, implicando a todos los propietarios en la gestión sostenible de sus parcelas, tarea complicada para muchos actores que no ven sus bosques como un activo importante o relevante a desarrollar.

El Gobierno cuenta, por ejemplo, con el despliegue de herramientas de incentivo para los particulares, como la etiqueta de bajas emisiones de carbono, que pretende recompensar económicamente los proyectos respetuosos con el clima.

Pero también hay que encontrar un equilibrio en la producción y el uso de este recurso maderero. 

En silvicultura, en la segunda mitad del siglo XX se introdujo un enfoque de monocultivo, centrado sobre todo en las especies más productivas.

Aunque este método permite a las empresas forestales reducir sus costes y asegurar la producción, también hace que los bosques sean más vulnerables. 

El monocultivo facilita la proliferación de plagas y agentes patógenos, y hace que las fincas forestales sean más sensibles a los fenómenos climáticos, los incendios y las tormentas.

Según expertos que realizaron estudios recientes, la mezcla de varias especies determinadas aguas arriba contribuiría a una mayor fertilidad de las parcelas y a una mejor resistencia de los árboles a los problemas climáticos o ecosistémicos.

La producción de madera se va a resentir como consecuencia del calentamiento global, señala el investigador, por lo que la diversidad de especies puede desempeñar un papel positivo y nos permitirá contar con ecosistemas forestales más capaces de adaptarse al cambio climático. El uso de cubiertas continuas y la reducción de pesticidas son algunos de los métodos que pueden emplearse para aumentar la resiliencia de estos entornos.

En cuanto a la transformación de la madera, la Ademe (Agencia Francesa de Medio Ambiente y Gestión de la Energía) recomienda también la creación de sectores industriales complementarios de la madera, basados en el principio de la “utilización en cascada” de la madera. 

Este método favorece primero el uso de la madera como material para productos duraderos (muebles, paneles, construcción), luego los canales de reciclado y, por último, la producción de energía. 

Una organización que debe cumplir parte de los objetivos de reducción de gases de efecto invernadero y seguir satisfaciendo las necesidades de madera para la transición ecológica.

Pero poner todo esto en marcha significa proteger el bosque de los excesos de la lógica de mercado, donde el único objetivo es la rentabilidad a corto plazo.

Esto será sin duda difícil, dado el consenso económico imperante, que reduce año tras año los recursos de los servicios no mercantiles y convierte los bosques en objetos de especulación constante. 

La ONF, actor clave en la gestión de los bosques franceses, ve cómo cada año se reducen sus presupuestos y sus puestos de trabajo, y cómo aumenta su deuda, sin que se sepa cuánto tiempo más podrá sobrevivir. 

Al final, probablemente sea la resistencia de los bosques franceses la que pague el precio.

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