Colombia podría perder el 60% de sus tierras aptas para cultivar banano por el cambio climático

De acuerdo con un estudio publicado recientemente en la revista científica Nature Food, el cambio climático podría dejar a Colombia sin uno de los productos que más exporta: el banano. Según la investigación, más del 60% de las zonas que actualmente son aptas para el cultivo de este fruto dejarán de serlo antes del año 2080.
Esta pérdida no solo pondrá en riesgo la seguridad alimentaria de Colombia y otros países productores (como Venezuela o Brasil), sino también sus economías. En el caso de Colombia, la producción de bananos representa el 5% del producto bruto interno, y más de 300 mil trabajadores dependen de este insumo para subsistir.
El informe se basa en datos climáticos y condiciones del suelo, y advierte que tanto el aumento en las temperaturas como los cambios en los patrones de precipitaciones generados por el cambio climático harán que muchas regiones pasen de ser productivas a convertirse en lo que los expertos llaman “subóptimas”, por lo que tanto las grandes plantaciones como los pequeños productores se verán afectados.
Si se tiene en cuenta que, en la actualidad, América Latina y el Caribe concentran el 80% de las exportaciones mundiales de banano, queda claro el gran problema social y económico que se avecina. Hoy en día esta industria está valorada en 25 mil millones de dólares y brinda empleo a más de un millón de personas alrededor del planeta.
¿Por qué el cambio climático no permitirá cultivar bananos en Colombia?
Según los investigadores, las condiciones actuales de precipitaciones, acidez y humedad del suelo cambiarán por completo debido al cambio climático. Cabe aclarar que el banano es una fruta tropical muy sensible a los cambios de temperatura y agua, por lo que los agricultores deberán invertir mucho más para poder seguir cosechándolos.

Las simulaciones hechas por los científicos muestran que el aumento de las temperaturas afectará la floración, el rendimiento y la calidad de los frutos. El calentamiento global está provocando que las lluvias sean mucho más irregulares, con períodos de sequía seguidos de lluvias torrenciales. Esto genera estrés hídrico en las plantas y aumenta el riesgo de enfermedades.
Además, las condiciones impredecibles dificultan la planificación a largo plazo, especialmente en aquellas regiones rurales de menores ingresos. A medida que las temperaturas aumenten, habrá nuevas zonas del planeta que puedan comenzar a plantar este fruto, como la costa atlántica de Brasil y algunas regiones de América Central.
Pero como se trata de áreas sin grandes rutas comerciales o sin la experiencia logística, surgirán costos inesperados para poder redefinir las cadenas de suministro mundial.
Una pérdida terrible para la economía colombiana
En Colombia, el banano es una gran fuente de empleo. En las regiones bananeras, como el Urabá antioqueño, decenas de miles de familias dependen de esta fruta para vivir. Si las tierras ya no son capaces de cultivarla, se producirá una crisis social sin precedentes. Por este motivo es necesario que el gobierno planifique medidas de adaptación para los trabajadores más vulnerables.

Además, muchas de las grandes empresas internacionales dedicadas a esta industria podrían abandonar el país o pasarse a otros rubros, lo que tendría también altos costos sociales. Mientras que los pequeños agricultores podrían quedar excluidos si no reciben apoyo técnico y financiero para adaptarse a las nuevas condiciones.
¿Cómo adaptarse al nuevo clima?
El informe de Nature Food sugiere algunas estrategias para mitigar el impacto del cambio climático sobre la producción de banano. Desde incorporar variedades del fruto más resistentes a la sequía o mejorar los sistemas de riego, hasta reubicar los cultivos. Pero estas medidas solo son una solución temporal. Lo que realmente es necesario es transformar la forma en que se produce y se distribuyen los alimentos a nivel mundial.
Organizaciones como Greenpeace Colombia vienen abogando porque la industria agrícola nacional incorpore prácticas más sostenibles, que protejan los suelos y los ecosistemas locales. Además, es importante respetar los derechos laborales de quienes trabajan la tierra, fortalecer el monitoreo del clima e invertir en científicos locales que puedan contribuir a adoptar mejores formas de producir alimentos.