Las lengas patagónicas amenazadas por el calentamiento global

Ramas de lenga al atardecer, enmarcando un paisaje patagónico sereno que esconde una profunda amenaza ambiental.

La amenaza del cambio climático sobre los ecosistemas naturales de la Patagonia se hace cada vez más visible. A las múltiples alarmas lanzadas por organizaciones ambientalistas, como Greenpeace Argentina, se suma un estudio reciente realizado por científicos del Instituto de Investigaciones Forestales y Agropecuarias de Bariloche (IFAB) reveló que la lenga, una de las especies arbóreas emblemáticas de esta región, está viendo alterado su ritmo biológico interno por efecto del aumento de la temperatura. Publicado en la prestigiosa revista New Phytologist, el trabajo demuestra que el funcionamiento del reloj circadiano de estas plantas podría verse seriamente afectado en un futuro cercano, comprometiendo su capacidad de adaptación y regeneración. La investigación tomó una década, no solo por la complejidad del tema, sino también por la falta total de información previa sobre los genes de esta especie.

La lenga y su respuesta biológica al calentamiento global

El equipo del IFAB, organismo dependiente del Conicet y del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), centró su estudio en entender cómo reacciona la lenga ante un entorno térmico cada vez más cálido. Este árbol, característico de las zonas más altas de la Patagonia Norte, podría experimentar dificultades para sobrevivir si las temperaturas continúan en aumento, como pronostican los modelos climáticos para fin de siglo. Según esos modelos, los sectores de montaña que hoy presentan condiciones frías y estables tendrán temperaturas similares a las de las zonas bajas, lo que motivó a los investigadores a analizar la capacidad de esta especie para adaptarse a un nuevo escenario climático.

Verónica Arana, investigadora principal del estudio, explicó que las plantas poseen relojes circadianos, mecanismos biológicos internos que sincronizan sus funciones con los ciclos naturales del entorno. Esos relojes actúan como una especie de marcapasos que regula procesos clave como el crecimiento y la defensa frente a condiciones adversas. El objetivo, dijo, fue comparar la sensibilidad térmica de la lenga con la de otra especie del mismo entorno, el roble, que crece a altitudes menores y en climas más templados. Ambas especies son típicas de la Patagonia Norte, pero habitan en diferentes franjas altitudinales, por lo cual enfrentan condiciones térmicas distintas.

Una especie condicionada por el gradiente térmico

Según explicó Arana, la lenga se distribuye desde el sur más austral del continente, en Tierra del Fuego, hasta sectores montañosos del norte patagónico, tanto en Argentina como en Chile. En las latitudes más meridionales, puede encontrarse desde el nivel del mar hasta zonas de alta montaña, pero en las regiones más septentrionales su presencia se restringe a áreas más elevadas, donde persisten las condiciones frías necesarias para su desarrollo. Esta particularidad llevó al equipo a preguntarse si el calentamiento del ambiente podría representar una amenaza concreta para esta especie.

La clave del estudio fue investigar cómo responde el reloj circadiano de la lenga cuando se enfrenta a temperaturas inusualmente elevadas. Arana detalló que este mecanismo regula múltiples procesos de la planta y le permite anticiparse a condiciones de estrés. Cuando el reloj falla, explicó, muchos de esos procesos vitales pierden su coordinación, lo que puede afectar gravemente la capacidad de la planta para vivir o regenerarse. Para probar esta hipótesis, los investigadores llevaron adelante ensayos tanto en laboratorio como en campo, combinando análisis de biología molecular, bioinformática y ecofisiología.

Los efectos del calor sobre el ritmo interno de la lenga

En las pruebas de laboratorio se utilizaron incubadoras para simular distintos niveles de temperatura, mientras que en el bosque se colocaron plántulas de lenga y roble a dos alturas distintas de la montaña: 680 y 1340 metros sobre el nivel del mar. Tras un mes de exposición, se tomaron muestras para evaluar crecimiento y mortalidad. Los resultados fueron claros: a temperaturas superiores a los 31 grados, el reloj biológico de la lenga dejó de funcionar de manera adecuada, lo que provocó una disminución en el crecimiento y, en algunos casos, la muerte de las plantas. En contraste, el roble, adaptado a condiciones más cálidas, conservó su funcionamiento circadiano normal.

Arana advirtió que hacia finales de este siglo, los sectores donde actualmente crece la lenga tendrán un clima comparable al que hoy presentan zonas más bajas. En esas condiciones, la regeneración de esta especie podría verse comprometida. Aunque aclaró que no se trata de una extinción inminente, sí existe una preocupación concreta por las primeras etapas del ciclo de vida. En palabras de la investigadora, cuando uno observa un bosque maduro puede parecer que todo está bien, pero lo crucial es saber si hay nuevos ejemplares creciendo en el suelo. Esa es la verdadera señal de la salud del ecosistema.

Una década de investigación sin financiamiento suficiente

El estudio demandó diez años de trabajo continuo debido a que no existían antecedentes genéticos sobre la lenga. Según explicó Arana, fue necesario comenzar desde cero: caracterizar genes, secuenciar el ADN de la especie y adaptar técnicas bioquímicas a una planta que nunca había sido estudiada a ese nivel. Todo esto se logró en un contexto de recursos escasos. El proyecto forma parte de los programas que actualmente se encuentran detenidos, y su continuidad depende de un modesto apoyo del INTA, que apenas cubre aspectos operativos básicos. La investigadora destacó que el trabajo también contó con aportes de instituciones extranjeras que colaboraron en momentos clave.

El caso de la lenga ilustra con claridad cómo la investigación científica de largo aliento, aunque imprescindible para comprender los efectos del cambio climático sobre nuestros ecosistemas, sigue enfrentando obstáculos estructurales. La evidencia obtenida por el equipo del IFAB demuestra que el aumento de la temperatura no es solo una estadística, sino una amenaza concreta para la dinámica biológica de especies fundamentales en la Patagonia. Con un futuro incierto y sin financiamiento adecuado, los investigadores argentinos siguen trabajando para que el conocimiento no se detenga, incluso cuando el reloj de la naturaleza empieza a desacompasarse. 

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