Los cinco dilemas de la crisis ecológica

Una salida a los cinco dilemas de la crisis medioambiental pasa por tratarla como una cuestión central y urgente; reconocer que las poblaciones más vulnerables no son necesariamente las que le dan prioridad; poner de relieve la deuda ecológica de los países ricos con los países pobres, rechazar el business as usual, aunque sea “verde” y apostar decididamente por un cambio de paradigma, sin desairar las condiciones sociales y políticas de una transición regulada.

La pandemia de coronavirus lo ha pospuesto, eclipsado y revelado todo. Decirlo es quedarse corto. Paradójicamente, ha enmascarado y desenmascarado a la vez la crisis ecológica que la precede, la supera y la sigue. 

Enmascarada, en la medida en que, en primer lugar, la ha sacado de la agenda, la ha puesto en el segundo plano de las “urgencias”, la ha proscrito de los “cuidados intensivos”, y luego ha favorecido un “desconfinamiento” sinónimo de “vuelta a la normalidad”, o incluso de “revancha” productivista y consumista. 

Se ha desenmascarado en la medida en que, al ampliar las desigualdades y revelar los estrechos vínculos entre salud y medio ambiente, tanto aguas arriba como aguas abajo de la crisis sanitaria, ha vuelto a movilizar las energías de quienes desean -habrían deseado- volver a poner en marcha la máquina sobre una base diferente, socialmente más justa y ecológicamente más sostenible.

Aquí estamos. Enfrentados al mismo reto que los científicos y los activistas medioambientales nos llevan planteando desde hace medio siglo. 

Necesitamos urgentemente adaptar y reformar -ahora más que nunca- los métodos de producción de las grandes industrias y los niveles de consumo de las poblaciones más ricas. 

Mejor aún, obligarles a cambiar. Si no lo hacemos, estaremos hipotecando el destino de las generaciones futuras al empeorar el de las actuales, cuyos miembros más vulnerables ya están sufriendo en sus carnes la degradación sistemática y acelerada del medio ambiente.

Hay cinco controversias que siguen frenando las energías necesarias para provocar el cambio, cinco dilemas de los que debemos encontrar una salida. 

¿La crisis ecológica es central o marginal? ¿El Sur está preocupado o es indiferente? ¿Las responsabilidades son compartidas o diferenciadas? ¿El capitalismo es gris o verde? ¿Se ha reformado o transformado el paradigma? Las respuestas que siguen se inspiran libremente en las posiciones críticas de intelectuales y militantes de la causa ecológica de Asia, África y América Latina, socios del Centro Tricontinental, varios de los cuales han contribuido con artículos a este número de Alternatives Sud.

¿La crisis ecológica es central o marginal?

La magnitud del desastre ecológico es asombrosa. Apenas pasa un mes sin que un nuevo informe académico o de la ONU, más alarmante que el anterior, refuerce la tendencia.

No pasa un día sin que un mórbido recuento de sus efectos (otros tantos miles de muertos por la polución del aire, la contaminación del agua, los montones de residuos, la fumigación de cultivos, etc.; otros tantos miles de desplazados por incendios forestales, sequías, inundaciones, hundimientos, etc.) se sume a la cuenta del día anterior.

Estos y otros muchos impactos causados por los ecocidas y la depredación de la biodiversidad, que se preveían desde hace mucho tiempo y que van en aumento desde hace siglos a escala mundial, confirman día a día la gravedad de la crisis.

Cuando se trata de la deforestación, por ejemplo, cuyo ritmo y causas principales fueron analizados por el CETRI (2008) hace una docena de años (la expansión de la agroindustria de exportación en los países del Sur), las últimas cifras nos dejan sin aliento. 

Según Global Forest Watch, la cubierta forestal mundial se habrá reducido en 240.000 km² en 2019, una superficie equivalente a la del Reino Unido. Se trata de la tercera mayor pérdida desde principios de siglo, después de las de 2016 y 2017 (Le Monde, 3 de junio de 2020). 

En cuanto a las emisiones de gases de efecto invernadero, un nuevo estudio internacional publicado el 4 de mayo de 2020 (www.pnas.org) indica que la trayectoria actual supone una amenaza directa para las condiciones de vida de un tercio de la población mundial dentro de cincuenta años. Las tendencias en cuanto a la plasticidad de los océanos, la toxificación de los organismos vivos, la desaparición de especies… son todas las mismas.

Y sin embargo. Contra todo pronóstico -literal y figuradamente-, amplios sectores de la población siguen ignorando el desastre en curso.

En el mejor de los casos, lo relativizan, le quitan importancia, incluso lo minimizan. En el peor de los casos, lo ignoran, lo niegan o incluso lo refutan.

No se trata de la opinión pública, sobre todo en los países pobres, donde la conciencia medioambiental es mucho menor que en las clases altas “eco conscientes” de los países ricos. 

Sino de esos sectores de poder -industriales transnacionales, círculos empresariales, políticos conservadores, economistas liberales…- que se niegan a reconsiderar la lógica de su modelo de crecimiento y acumulación a la luz de sus callejones sin salida.

Callejones sin salida que incluso pretenden ignorar, según el filósofo y sociólogo de la ciencia Bruno Latour (2017), atento desde el siglo pasado a la cuestión de los límites medioambientales de la modernidad globalizada. 

Para él, la negación de la crisis ecológica, el desmantelamiento de los Estados de bienestar, la globalización desregulada y el agravamiento de las disparidades en marcha desde los años ochenta forman parte de un mismo fenómeno, por no decir de “una misma estrategia” de los poderosos en apuros desesperados. El riesgo de asimilar esta estrategia a un “complot” de la plutocracia.

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