Cómo se solapan y retroalimentan las desigualdades sociales y medioambientales

Desigualdades Sociales y Medioambientales: Un Mundo en Crisis.

No se trata solamente de más o menos bosques, sino de que existen desigualdades que hacen que algunas poblaciones sean social, económica y medioambientalmente desiguales a otras. 

Las desigualdades medioambientales y las desigualdades sociales son dos facetas de una misma crisis: la de nuestro sistema económico. 

Los más pobres son los más afectados por la crisis climática, y la precariedad bloquea a menudo la transición ecológica. Por eso la transición debe ser ecológica, pero también social.

El tiempo se acaba para muchas personas en todo el mundo. Socialmente, porque las desigualdades siguen creciendo incluso dentro de los países, pero también porque la crisis medioambiental exponencial tendrá consecuencias terribles para las poblaciones más vulnerables.

Aumentan las desigualdades sociales en el mundo

Sí, las desigualdades entre los países del mundo se reducen progresivamente desde hace más de un siglo. 

Así al menos lo constata un informe de 2022 del laboratorio de investigación de la Escuela de Economía de París.

En sólo unas décadas, el rápido crecimiento de la economía china ha dado lugar a una enorme clase media, que está reduciendo matemáticamente las disparidades de riqueza en todo el mundo. 

Sin embargo, este progreso es un espejismo. Mientras que el crecimiento económico deja entrever una situación positiva a escala internacional, dentro de los países las desigualdades entre los ciudadanos son cada vez mayores. 

Tanto es así que “la desigualdad mundial se acerca al nivel que tenía en el siglo XIX, en pleno apogeo del imperialismo occidental”, según los autores del informe.

Calculan que el 10% más rico acapara el 52% de la renta mundial. En el otro lado de la balanza, la mitad más pobre de la población mundial sólo obtiene el 8%. 

Y esta brecha aumenta cuando nos fijamos en la riqueza de los hogares. La mitad más pobre de la población posee sólo el 2% de la riqueza mundial, frente a casi el 76% del 10% más rico.

Entre las regiones más desiguales se encuentran Oriente Medio y el Norte de África. Pero incluso en Occidente, la imagen idealizada de una sociedad igualitaria parece haberse erosionado gradualmente en los últimos años.

Ya en 2019, la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) mostró que en los países desarrollados, la clase media, a pesar de ser la gran promesa del capitalismo liberal, estaba “perdiendo terreno”.

Para los hogares más pobres, las posibilidades de alcanzar la clase media se han reducido drásticamente en los últimos 30 años para las familias con niños y adultos jóvenes.

De hecho, la desigualdad no ha dejado de crecer en Europa desde los años ochenta. En Francia, la división del valor se ha distorsionado en detrimento de los trabajadores y en beneficio del capital, los dividendos y los más ricos. Hoy, 9,2 millones de personas viven por debajo del umbral de la pobreza, 1,4 millones más que a principios de siglo.

Desigualdades medioambientales históricas, y aún fuertes

Además de estas desigualdades sociales y económicas, existen ahora desigualdades medioambientales, puestas de relieve por los recientes fenómenos meteorológicos extremos en países de todo el mundo.

Históricamente, los países desarrollados, sobre todo los occidentales, han sido en gran medida responsables de la actual crisis medioambiental.

La gran oleada de degradación medioambiental comenzó con la industrialización en 1850. Según un segundo informe de LIM publicado en 2023 sobre las desigualdades medioambientales en el mundo, de los 2453.000 millones de toneladas de CO2 emitidas desde 1850, 

América es responsable del 27% de las emisiones de gases de efecto invernadero, Europa del 22% y China del 11%. Las regiones menos prósperas sólo emiten un 6% en América del Sur, un 6% en Oriente Medio/Norte de África y un 4% en el África subsahariana.

Los países industrializados se han desarrollado emitiendo gases de efecto invernadero, deslocalizando y exportando contaminación, en gran medida a expensas de los países en desarrollo de África, Asia y Sudamérica, cuyos recursos han sido expoliados y cuyo territorio contaminado y destruido por las actividades de extracción y producción.

Incluso hoy en día, la huella de carbono de un europeo medio (9,7 t de CO2 per cápita en 2019) supera con creces la de un habitante de América Latina (4,8 t de CO2 per cápita) o del África subsahariana (1,6 t de CO2 per cápita).

Y si comparamos a los individuos, observamos el mismo tipo de desigualdades: el 10% de las personas más ricas del mundo son responsables de casi la mitad de las emisiones mundiales de CO2 cada año, y su huella de carbono es, de media, 70 veces superior a la del 50% más pobre.

Cuando las crisis social y medioambiental se alimentan mutuamente

Y sin embargo, son generalmente los más pobres los más afectados por las consecuencias de la crisis ecológica. 

Por ejemplo, como señala el informe del Laboratorio de Economía de París, los efectos nefastos del cambio climático han afectado sobre todo a las regiones tropicales y subtropicales de África (Malí, Níger, Sudán) y América Latina (Nicaragua y Guatemala), con una pérdida de producción del 40% atribuida al cambio climático.

Los países pobres están peor equipados para hacer frente a los fenómenos meteorológicos extremos, las epidemias y la subida del nivel del mar.

Estos países, ya debilitados en la segunda mitad del siglo XX por las consecuencias de la colonización, luego la descolonización, y las guerras civiles, tienen que hacer frente a la doble carga de la crisis social y medioambiental. 

Y aún hoy, a menudo son objeto de una forma de injerencia de los países desarrollados en su territorio.

Las industrias y las grandes empresas, desde los gigantes de la energía (TotalEnergies, Shell) a los de la logística (Amazon, Uber), pasando por los de la moda rápida (Shein), apoyados por los gobiernos, siguen batiendo récords de beneficios, a menudo en detrimento de las condiciones de trabajo y de los recursos locales, sin tener en cuenta a los numerosos trabajadores precarios o incluso explotados, y a costa de destruir los ecosistemas.

En Europa, las desigualdades sociales y medioambientales también se alimentan mutuamente: los más pobres sufren más las catástrofes medioambientales y la escasez de combustible, y están más expuestos a los contaminantes y a los problemas de salud medioambiental…

Por un mejor reparto de la riqueza y del peso de la transición ecológica

Las desigualdades sociales y las desigualdades medioambientales son en realidad dos facetas de una misma crisis: la de nuestro sistema económico, incapaz de pensar en un mejor reparto de la riqueza y del esfuerzo.

Para lograr una transición ecológica digna de ese nombre, necesitamos comprender la imbricación de las cuestiones ecológicas y de justicia social.

Tenemos que abordar la cuestión crucial de la lucha contra la desigualdad y el reparto de la riqueza. Tenemos que imaginar sociedades más igualitarias, con una gobernanza compartida.

Es lo que reclaman desde hace tiempo los representantes del voluntariado, así como los países en desarrollo, que piden regularmente a los más ricos (ya sean países, empresas o particulares) que asuman sus responsabilidades.

Es decir, que distribuyan más equitativamente los recursos y los esfuerzos, que pongan fin por completo a los proyectos ecocidas y que presten ayuda financiera y tecnológica a los menos pudientes en su transición ecológica. Mediante impuestos a los más ricos y mecanismos redistributivos, hay que hacer recaer la carga sobre quienes pueden permitírselo, y evitar en la medida de lo posible que los más pobres sufran.

Pero, por el momento, este llamamiento sólo está recibiendo una tímida respuesta, lejos de ser suficiente para combatir el cambio climático a escala mundial,

Una nueva visión

Para una gran parte del movimiento ecologista y de los expertos en la transición ecológica, estas reivindicaciones se consideran la piedra angular del éxito del proyecto ecológico.

De lo que se trata hoy es de trabajar en el imaginario común, de crear una verdadera ruptura ecológica que nos permita reconstruir nuestro modelo de sociedad y emprender una transformación más igualitaria de los grandes proyectos de vivienda, movilidad, energía, alimentación, ocio… en definitiva, de todos los estratos de la sociedad.

Pero para llevar a cabo este proyecto, necesitamos repensar los fundamentos de nuestro sistema económico, cuestionar un sistema capitalista desigual y destructivo, y permitir una distribución más justa de la riqueza.

Tenemos que inventar una forma más democrática de gobernanza económica, que no esté en manos de un pequeño puñado de multimillonarios o de accionistas ricos, sin ninguna consideración por el interés general.

Como señalaba el informe antes mencionado de 2022, las desigualdades no son inevitables. Son el resultado de una “elección política”, de estrategias políticas unidas a lógicas de mercado depredadoras. 

En palabras del filósofo ecologista André Gorz, el Laboratorio de Economía Social y Solidaria coincide con esta observación en su último informe, publicado en marzo de 2023 y titulado “Lograr una transición justa”: existe “su ecología y la nuestra”.

La transformación ecológica puede adoptar diferentes formas: puede ser desigual y excluyente, en detrimento de los más pobres y/o vulnerables. 

En este caso, hay muchas posibilidades de que fracase. O puede ser más justa, más igualitaria, más humana. Y entonces puede haber esperanza.

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