¿Cómo pueden gestionarse los bosques como ecosistemas?

Los enfoques ecosistémicos de la conservación de la biodiversidad forestal deberían reconocer que cualquier política medioambiental se ve mejor como una prueba de hipótesis, en la que se espera que las medidas de gestión propuestas se dirijan a objetivos específicos y produzcan los resultados deseados. 

El foco es preservar los bosques, por supuesto, y sus ricos ecosistemas, pero lo cierto es que la gestión de los ecosistemas es siempre un experimento, un ejercicio de aprendizaje basado en la experiencia. 

Un elemento esencial para utilizar el conocimiento en la gestión de los ecosistemas es el seguimiento, que sirve de base informativa para modificar las medidas de gestión a la luz de la experiencia. 

En la actualidad existen muchas redes ecológicas que demuestran que los sistemas de seguimiento y retroalimentación pueden funcionar en una amplia gama de ecosistemas forestales. 

Por lo tanto, será importante definir el objetivo de gestión de la forma más rigurosa posible, teniendo en cuenta la información disponible.

A la hora de gestionar los ecosistemas forestales, es importante tener en cuenta que los gestores de recursos se enfrentan a sistemas dinámicos a distintas escalas, desde hojas individuales hasta paisajes muy extensos. 

El rango natural de variabilidad a cada una de estas escalas suele ser muy amplio, y aún no es posible predecir cómo los cambios en los sistemas y procesos a una escala pueden afectar a los procesos a otras escalas. 

Decidir la escala adecuada y el grado de impacto de la intervención humana en sistemas en constante evolución es difícil, dada la falta de conocimientos suficientes. 

Pero las nuevas herramientas y técnicas, como la teledetección, la modelización simulada, los sistemas de información geográfica y un tratamiento más eficaz de los datos, pueden contribuir a mejorar nuestra comprensión de la dinámica de los ecosistemas forestales y, por tanto, a aumentar la capacidad del hombre para adaptarse a unas condiciones cambiantes. 

Abordar la biodiversidad forestal a nivel de ecosistema contribuye a reforzar esta perspectiva.

¿Qué se puede hacer para conservar la biodiversidad forestal a nivel de ecosistema?

Aunque esta cuestión sigue siendo competencia de los gestores de recursos, parece que ya están surgiendo algunas directrices generales. 

En primer lugar, cuando las circunstancias lo permitan, proteger las grandes superficies forestales en lugar de las pequeñas. 

En segundo lugar, restaurar la conectividad entre pequeñas zonas protegidas adyacentes interviniendo en el hábitat y fomentando la reforestación del paisaje. 

En tercer lugar, proteger los bordes de los bosques de los daños estructurales, los incendios y la colonización de especies exóticas, dejando una zona tampón natural que podría gestionarse como un ecotono natural (una zona límite entre dos comunidades) en lugar de una transición abrupta. 

Por último, mitigar en la medida de lo posible la transición abrupta desde la matriz adyacente diversificando y fomentando un uso menos intensivo del suelo alrededor de los bosques, controlar el uso del fuego en ecosistemas que no sean piroclimáticos (comunidades vegetales cuya sucesión se mantiene gracias a incendios periódicos), minimizar la aplicación de productos químicos tóxicos y controlar la introducción de especies exóticas potencialmente invasoras. 

Este planteamiento queda bien ilustrado por la propuesta de grandes corredores de biodiversidad en Centroamérica, la Amazonia y otros lugares.

El concepto general es aplicar los principios que permiten a los bosques funcionar como ecosistemas a la práctica de la gestión forestal, por ejemplo garantizando la regeneración natural, utilizando técnicas de tala de bajo impacto que no perturben los suelos y evitando una fragmentación excesiva.

Los recursos forestales contribuyen al desarrollo sostenible de las tierras bajas arroceras de Sulawesi (Indonesia); los planes de ordenación del territorio pueden ayudar a definir el alcance y el grado correctos del impacto humano en los ecosistemas dinámicos. 

Comunidades: parte de los ecosistemas forestales

Dado que las comunidades forman parte de los ecosistemas forestales, su participación puede ser un medio importante para ayudar a resolver los conflictos de intereses entre los grupos locales y los departamentos forestales y para contribuir a los objetivos de conservación. 

En Nepal, por ejemplo, la gestión de los bosques de las aldeas por grupos de usuarios locales ha creado un fuerte sentimiento de propiedad y ha contribuido a mejorar las prácticas de gestión. 

Hombres y mujeres indígenas, incluidos los miembros más pobres de la aldea, participan en actividades como el clareo, la poda, la vigilancia, la lucha contra incendios y la recolección. 

Gracias a sus esfuerzos, la composición de especies de flora y fauna, la cubierta de copas, el hábitat y el microhábitat de invertebrados, musgos, hongos y líquenes han mejorado, con un impacto positivo en los ecosistemas forestales. Los bosques comunitarios ofrecen estabilidad ecológica y los grupos de usuarios forestales están cada vez más atentos a los objetivos de conservación. 

Al menos en algunos bosques, las poblaciones de fauna salvaje han aumentado junto con la diversidad de especies . 

Los muertos vivientes en los bosques

Los “muertos vivientes“ son especies vegetales todavía representadas por individuos vivos pero que son incapaces de reproducirse porque los animales de los que depende su ciclo reproductivo han sido eliminados del ecosistema.

Un buen ejemplo de ello es el Sideroxylon majus, una especie forestal de regenerarse tras la extinción del dodo de Mauricio (Raphus cacullatus), porque sus semillas no podían germinar sin pasar por la molleja de esta ave. Esta especie se salvó cuando las pruebas demostraron que las semillas también habrían germinado pasando por la molleja del pavo doméstico.

Aunque los grupos locales y los pueblos indígenas tienen la tentación, como todo el mundo, de sobreexplotar los recursos forestales para obtener beneficios a corto plazo, algunos han instituido sus propias medidas de gestión de los ecosistemas. 

Por ejemplo, los emberá, un grupo que habita en los bosques de la frontera entre Colombia y Venezuela, reservaron grandes extensiones de tierra en las cuencas altas y a lo largo de las laderas de las cordilleras como zonas protegidas por los espíritus; las zonas que gozan de esta protección son inquietantemente similares a las que los gobiernos modernos suelen retirar de la producción como áreas protegidas. 

Estas vastas extensiones de bosque milenario sirven de refugio para la reproducción de la flora y la fauna y la protección de las cuencas hidrográficas. 

Los emberá mantienen la estabilidad ecológica mediante una serie de técnicas que se encuentran en otras partes del mundo, tanto en el sur como en el norte: tecnologías locales; protección de lugares importantes; modelos de asentamiento adecuados; normas sociales flexibles; estructura social igualitaria; compromiso religioso; y una sólida tradición de gestión de los recursos forestales en beneficio propio. 

En el valle de Arun, en Nepal, los bosques de las cuencas hidrográficas ayudan a mantener la productividad de los arrozales de regadío al tiempo que proporcionan múltiples productos forestales no madereros; las interacciones entre los usuarios de los recursos (agricultores, silvicultores, pescadores y otros) pueden regularse mejor a nivel de ecosistema. 

La fe en la capacidad de las comunidades locales para gestionar los ecosistemas debe matizarse con el reconocimiento de que los bosques cumplen muchos objetivos de interés nacional: satisfacer las necesidades de madera y leña, tomar decisiones sobre el uso económico futuro, tener en cuenta los valores éticos y estéticos y proporcionar beneficios más amplios como la conservación de la biodiversidad. 

Así, la simple gestión local de los recursos forestales no siempre puede dar lugar a niveles sociales óptimos de conservación de la biodiversidad. 

En su lugar, la sociedad en su conjunto necesita movilizar recursos adicionales y adoptar nuevos enfoques al servicio de una conservación socialmente aceptable, adaptada a su marco ecológico, social, histórico y político. 

Como en cualquier otro ámbito, la gestión implica fijar objetivos y tomar las decisiones económicas necesarias para alcanzarlos.

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