Gestionar los bosques ante la inseguridad climática

Los bosques se perciben como lugares próximos a su estado natural, poco afectados por el desarrollo técnico, que ofrecen un entorno privilegiado para el descanso y el aprovisionamiento, y como sumideros de carbono con un importante efecto positivo sobre el clima.

Estos beneficios que regalan estos milagros llamados bosques se hacen aún más evidentes tras las olas de calor y las sequías, ya que tienen la capacidad de bombear agua a gran profundidad desde el suelo, para luego liberarla a la atmósfera, donde se evapora y disminuye la temperatura ambiente.

Desgraciadamente, la función de producción de madera a menudo se malinterpreta, aunque es esencial en varios aspectos. La cosecha de madera mantiene los bosques en buen estado de salud, lo que reduce el riesgo de destrucción – por tormentas o de otro tipo – y también los hace más resistentes frente a las diversas tensiones y peligros repetidos a los que están expuestos.

Bosques: ¡Evitemos los errores del pasado!

Es fácil olvidar que los errores estratégicos del pasado perduran durante mucho tiempo, dada la larga vida de los árboles. 

Por ejemplo, el error cometido en muchos lugares en el siglo XIX de cambiar la composición natural de los bosques creando fábricas madereras sigue marcando hoy el paisaje forestal. 

Los monocultivos de abeto, una especie supuestamente económica, son por desgracia especialmente susceptibles de sufrir catástrofes sanitarias, como los ataques de escarabajos descortezadores. Estas plagas también colonizan árboles perfectamente sanos cuando sus poblaciones superan cierta densidad.

Los monocultivos de abeto son especialmente sensibles a las catástrofes sanitarias, como los ataques de los escarabajos de la corteza.

Esto ocurre después de años especialmente calurosos y secos, sobre todo cuando se repiten, lo que provoca una pérdida de control sanitario que puede durar varios años. Así que no es sólo la sequía la que está matando los bosques, sino que las consecuencias de la sequía están reduciendo el vigor de los árboles y las masas, haciéndolos vulnerables a las enfermedades.

Resistencia de los árboles a la sequía

En el curso de su larga evolución a través de fases de extrema aridez, los árboles han adquirido mecanismos bastante notables de resistencia, supervivencia y recuperación.

El crecimiento es rítmico, con fases de desarrollo y pausa determinadas por la aridez y la temperatura. Esto es muy evidente en las regiones tropicales secas, donde los árboles dejan de crecer cuando hay escasez de agua. 

Entonces se vuelven letárgicos o latentes. La pérdida de follaje y raíces finas interrumpe la actividad de la planta, pero los árboles no suelen morir. 

Tienen mecanismos insospechados de recuperación, bien a través de yemas inactivas, latentes durante varios siglos y presentes bajo la corteza, bien a través de yemas de nueva creación.

Los árboles dejan de crecer cuando se quedan sin agua. Se vuelven letárgicos o latentes.

En cuanto vuelven a disponer de agua, los árboles reverdecen y reanudan su crecimiento donde lo dejaron. Incluso en las zonas templadas, los árboles disponen de este mecanismo, conocido como reiteración. 

De hecho, así es cómo se mantienen los bosques en nuestras latitudes, Argentina y Latinoamérica en general, durante el invierno. 

Los bosques son, por tanto, muy resistentes a los cambios de su entorno vital, algo que el gran público suele desconocer.

El tipo de reproducción de los árboles, o plantas leñosas, se basa en un número muy elevado de progenitores debido a la distribución masiva del polen. La descendencia recibe así propiedades de un número muy elevado de progenitores. 

Como consecuencia, la variabilidad genética de los árboles es elevada. Esto los hace muy adaptables a las condiciones ambientales.

Los bosques tienen una buena capacidad natural para resistir los factores de perturbación, en particular la sequía. También tienen una gran capacidad de adaptación a los cambios de su entorno vital.

Hoy en día, el principal objetivo de la gestión silvícola es crear bosques sanos, estables y diversos, satisfaciendo al mismo tiempo otras expectativas de la forma más eficaz posible. Trabajar con las especies que mejor se adaptan a las condiciones del terreno (sitio) y del entorno, y utilizar la regeneración natural espontánea son los principios básicos para promover una buena salud. Si el clima cambia, es posible que ciertas especies dejen de ser tan competitivas o resistentes como antes, pero sólo el tiempo lo dirá. 

Además, el principal medio de crecimiento de los árboles es el suelo, que no cambia tan rápidamente como el aire. Así que antes de intervenir y cambiarlo todo, es mejor esperar y ver qué cambio debido a qué factor de supervivencia tendrá qué efecto en el ecosistema.

Es posible que algunas especies ya no sean tan competitivas o resistentes como antes, pero sólo el tiempo lo dirá.

La principal habilidad del gestor forestal es apreciar las condiciones actuales del lugar. Puede hacerlo observando la vegetación sobre el terreno, que es un muy buen indicador de la reactividad del lugar. 

La selvicultura próxima a la naturaleza también ofrece toda una gama de medidas que pueden tomarse en función del tamaño de la apertura del dosel y de las necesidades de luz de las especies que se van a regenerar. 

Pero para ello se necesitan profesionales bien formados y en número suficiente para llevar a cabo correctamente las tareas locales.

En Argentina, la gestión forestal enfrenta desafíos cada vez más complejos debido a la inseguridad climática. La sequía, el avance de la frontera agrícola y la deforestación ejercen una presión significativa sobre los bosques nativos, que son vitales para mitigar los efectos del cambio climático. 

La restauración y conservación de estos ecosistemas, como lo promueve el Plan Nacional de Restauración de Bosques Nativos, es esencial para asegurar que estos espacios naturales puedan continuar brindando sus múltiples beneficios, tanto ecológicos como económicos, en un futuro incierto. 

A través de una gestión forestal sostenible y adaptativa, Argentina tiene la oportunidad de fortalecer la resiliencia de sus bosques frente a los desafíos climáticos, protegiendo al mismo tiempo a las comunidades que dependen de ellos.

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