Por qué es importante la deforestación y qué podemos hacer para detenerla

Mientras el mundo intenta frenar el ritmo del cambio climático, preservar la vida salvaje y mantener a más de ocho mil millones de personas, los árboles en los bosques son inevitablemente una parte importante de la respuesta. Veamos el tema de cerca. 

Los bosques están en peligro y en el centro de la batalla por el planeta. 

Sin embargo, la destrucción masiva de árboles, conocida como deforestación, sigue adelante en varios lugares del mundo sacrificando los beneficios a largo plazo de tener los árboles en pie por la ambición de tener a corto plazo de combustible o materiales para la fabricación y la construcción

¿Por qué los bosques son tan necesarios?

Necesitamos los árboles por varias razones, y una de las más importantes es que absorben el dióxido de carbono que exhalamos y los gases de efecto invernadero que atrapan el calor y que emiten las actividades humanas. 

A medida que esos gases entran en la atmósfera, aumenta el calentamiento global, una tendencia que los científicos prefieren llamar ahora cambio climático.

También existe el peligro inminente de enfermedades causadas por la deforestación. Se calcula que el 60% de las enfermedades infecciosas emergentes proceden de los animales, y una de las principales causas del salto de los virus de la fauna salvaje a los humanos es la pérdida de hábitat, a menudo por la deforestación.

Pero aún podemos salvar nuestros bosques. Los agresivos esfuerzos por recuperar la naturaleza y reforestar ya están dando resultados. 

La cubierta arbórea tropical por sí sola puede proporcionar el 23% de la mitigación climática necesaria para cumplir los objetivos fijados en el Acuerdo de París en 2015, según una estimación.

Causas de la deforestación

Los bosques aún cubren alrededor del 30% de la superficie terrestre del planeta, pero están desapareciendo a un ritmo alarmante. 

Desde 1990, el mundo ha perdido más de 420 millones de hectáreas o unos mil millones de acres de bosque, según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, principalmente en África y Sudamérica. 

Alrededor del 17% de la selva amazónica ha sido destruida en los últimos 50 años, y las pérdidas han aumentado recientemente. 

La organización Amazon Conservation informa de que la destrucción aumentó un 21% en 2020, una pérdida del tamaño de Israel.

La agricultura, el pastoreo de ganado, la minería y la perforación combinados representan más de la mitad de toda la deforestación. 

Las prácticas forestales, los incendios forestales y, en pequeña parte, la urbanización son responsables del resto. 

En Malasia e Indonesia, los bosques se talan para producir aceite de palma, que puede encontrarse en todo tipo de productos, desde champú hasta galletas saladas. 

En el Amazonas y en regiones como Argentina, la ganadería, las fabricaciones madereras y las explotaciones agrícolas -sobre todo las plantaciones de soja- son las principales responsables.

Las explotaciones madereras, que abastecen al mundo de productos de madera y papel, también talan innumerables árboles cada año. 

Los madereros, algunos de los cuales actúan ilegalmente, también construyen carreteras para acceder a bosques cada vez más remotos, lo que conduce a una mayor deforestación. Los bosques también se talan como resultado de la creciente expansión urbana a medida que se urbanizan terrenos para construir viviendas.

No toda la deforestación es intencionada. Algunas se deben a una combinación de factores humanos y naturales, como los incendios forestales y el pastoreo excesivo, que pueden impedir el crecimiento de árboles jóvenes.

Por qué es importante

Hay unos 250 millones de personas que viven en zonas de bosques y sabanas y dependen de ellos para su subsistencia e ingresos, muchas de ellas entre los pobres de las zonas rurales del mundo.

El 80% de los animales y plantas terrestres de la Tierra viven en bosques, y la deforestación amenaza a especies como el orangután, el tigre de Sumatra y muchas especies de aves. 

La tala de árboles priva al bosque de parte de su dosel, que bloquea los rayos del sol durante el día y retiene el calor por la noche. Esa alteración provoca oscilaciones de temperatura más extremas que pueden ser perjudiciales para plantas y animales.

Con los hábitats salvajes destruidos y la vida humana en constante expansión, la línea que separa las zonas animales de las humanas se difumina, lo que abre la puerta a las enfermedades zoonóticas. 

En 2014, por ejemplo, el virus del Ébola mató a más de 11.000 personas en África Occidental después de que murciélagos frugívoros transmitieran la enfermedad a un niño pequeño que jugaba cerca de árboles donde se posaban murciélagos.

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