¿La deforestación podría ocasionar una nueva pandemia?
A medida que la actividad humana no sostenible impacta en los ecosistemas y la biodiversidad, también se incrementa el riesgo de futuras pandemias como la del COVID-19. Cada vez hay más evidencia científica que muestra la estrecha conexión entre la deforestación de los bosques y el aumento del riesgo de zoonosis.
Debido a que la deforestación continúa en los bosques tropicales donde se encuentra la mayor biodiversidad terrestre, muchas especies de fauna silvestre están siendo desplazadas, aumentando la exposición a enfermedades al acercarse a otros animales y personas.
Las zoonosis, enfermedades que se transmiten de animales a humanos, se encuentran en la raíz de muchas de las epidemias recientes. La deforestación juega un papel crucial al abrir nuevas vías de contacto entre humanos y animales salvajes, exponiéndonos a patógenos desconocidos o aislados en sus hábitats.
En un entorno no alterado, estos virus existen dentro de un sistema controlado, donde dependen de la biodiversidad para mantener un equilibrio natural. Sin embargo, la destrucción del hábitat y la reducción de las poblaciones de especies clave incrementan la probabilidad de que los patógenos salten a nuevos hospedadores, incluidos los humanos.
¿Cómo se relacionan las enfermedades zoonóticas con la deforestación?
En una investigación realizada por la EcoHealth Alliance, se descubrió que al menos 1 de cada 3 enfermedades emergentes está relacionada con modificaciones en la forma en que se utiliza la tierra, ya sea para desarrollar ecosistemas urbanos o agrícolas.
En zonas deforestadas, los murciélagos, uno de los mayores portadores de virus, buscan refugio en las áreas cercanas a los asentamientos humanos. Esto, sumado a las prácticas de caza y comercio de fauna, incrementa el riesgo de transmisión de enfermedades desde estos animales a las personas.
Una situación similar ocurrió con el virus Nipah en el sudeste asiático, donde la deforestación para la producción de palma aceitera obligó a los murciélagos a buscar alimentos cerca de áreas agrícolas, exponiendo así a la población a este virus mortal.
La situación en Latinoamérica
En Latinoamérica, las áreas deforestadas suelen transformarse en tierras agrícolas, pastizales o zonas urbanizadas, muchas veces sin regulación ambiental adecuada. Además de los impactos ecológicos y sociales, esta dinámica crea condiciones propicias para la transmisión de enfermedades infecciosas.
Un ejemplo en la región es el hantavirus, una enfermedad respiratoria letal transmitida por roedores. En Argentina y Chile, el aumento en la deforestación ha favorecido el contacto entre humanos y las especies de ratones portadores del virus.
Asimismo, el dengue y la fiebre amarilla, ambas transmitidas por mosquitos que prosperan en ambientes tropicales alterados, se han vuelto cada vez más frecuentes en las áreas deforestadas de Brasil y otros países sudamericanos.
¿Qué dice la ciencia?
Diversas investigaciones han demostrado que los ecosistemas forestales complejos funcionan como una especie de “muro” para enfermedades infecciosas, porque la diversidad de especies evita que un solo patógeno se disperse con facilidad.
Un estudio publicado por la Universidad de Stanford evidenció que las áreas con mayor biodiversidad tienden a tener menor prevalencia de enfermedades zoonóticas, ya que los virus y bacterias encuentran más difícil moverse y adaptarse entre tantas especies diferentes.
Sin embargo, cuando estos entornos son simplificados o destruidos, este efecto se disuelve, facilitando que los patógenos encuentren un hospedador más compatible o vulnerable, aumentando el riesgo de que la enfermedad logre “saltar” a los humanos. Con cada árbol talado, se podría estar reduciendo el margen de protección natural que los bosques ofrecen frente a futuras pandemias.
¿Qué nos enseñó la última pandemia?
La pandemia de COVID-19 nos enseñó de manera contundente cómo la alteración de los ecosistemas y el comercio de fauna pueden tener consecuencias globales. Para prevenir futuras pandemias, expertos en salud pública y medio ambiente insisten en que es fundamental fortalecer la conservación de los ecosistemas y promover prácticas agrícolas sostenibles que no impliquen la destrucción de los hábitats naturales.
Las políticas públicas deben integrar la preservación ambiental y la salud pública para abordar la amenaza que representa la deforestación. En este sentido, varios países están explorando programas de protección de la biodiversidad y de restauración de bosques, además de medidas de vigilancia epidemiológica para detectar tempranamente las zoonosis en zonas de riesgo.
El COVID-19 ha puesto el foco mundial en el daño causado por los humanos a la naturaleza y a nuestras propias comunidades, y nos ofreció la posibilidad única de reimaginar estos sistemas para crear un futuro más sustentable. Si no implementamos medidas preventivas para mitigar los riesgos, las pandemias podrían ser más comunes y letales. La conexión entre la salud del planeta y la salud humana es cada vez más evidente: cuidar nuestros bosques es, en última instancia, cuidar de nosotros mismos.
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