Iberá: el renacer de un edén argentino
El centro de reintroducción de yaguaretés tiene, hace algunos años, otro habitante protegido: el cervatillo, que también ha vuelto a vivir en libertad en Iberá, en la provincia de Corrientes, al este del Gran Chaco, la inmensa selva que se extiende entre Argentina, Bolivia, Paraguay y Brasil.
La caza furtiva había acabado con el yaguareté
Iberá es el parque nacional más reciente del país, inaugurado hace cuatro años. Situado a 900 kilómetros de Buenos Aires, cerca de las fronteras con Paraguay y Brasil, es una tierra como ninguna otra: 195.000 hectáreas de pantanos, islas y sabanas bordeadas al noreste por una exuberante selva y el río Paraná, con un clima tropical a subtropical.
Antiguamente, el jaguar vivía aquí, junto con otros animales: caimanes, pumas, lobos de crin, pecaríes, gamos, osos hormigueros, etc. Pero desde finales del siglo XVIII, los cazadores furtivos empezaron a saquear esta región, trayendo plumas de garceta, muy apreciadas para decorar sombreros, loros, que vendían como mascotas, y pieles de caimán para las carteras.
El comercio que ha continuado hasta hace poco. La caza aquí fue especialmente intensa en los años 60 y 70, y el comercio internacional de animales iba viento en popa, explica la Directora Ejecutiva de Rewilding Argentina, una fundación argentina que trabaja con las comunidades locales para rehabilitar los ecosistemas de todo el país.
En aquella época estaban de moda los bolsos y zapatos de ante o piel. Esto representaba montañas de pieles». Y en cada isla del Iberá había al menos una familia que cazaba cabiai (un roedor muy grande de hasta 50 kilos), caimanes, nutrias… Trampas, perros, armas, a pie, en barco, cualquier medio era bueno… Una masacre.
Las pieles acababan convertidas en chaquetas de traje o alfombras de safari, con la cabeza del felino aún adherida.
A esta carnicería se sumó la desaparición del bosque en el norte de Argentina en favor de los arrozales y las grandes explotaciones ganaderas. Como resultado, en la década de 1950 no quedaba ni un solo jaguar en los inmensos humedales de lo que hoy es una zona protegida.
El comercio de jaguares llegó a su fin, exceptuando siempre los que aún insisten, como el reconocido caso que aún tiene dos prófugos y una persona detenida este año.
En 1983, cuando se creó la primera reserva natural regional de 1,3 millones de hectáreas en el Iberá, además del yaguareté, también habían desaparecido la anaconda amarilla, una serpiente constrictora gigante que puede medir entre cuatro y cinco metros de largo, el guacamayo cloroptero, un colorido loro, el oso hormiguero gigante y decenas de otras especies menos conocidas.
Casi la mitad de los parajes naturales de la Unesco son víctimas de la caza furtiva o el tráfico de especies
Una labor necesaria en favor de los animales y los bosques
A principios de la década de 2000, la caza furtiva se sometió a un control más estricto. En 2009 se creó un parque provincial de 480.000 hectáreas.
Luego, en 2018, otras 195.000 hectáreas, esta vez un parque nacional: el resultado de los esfuerzos de Kristin y Douglas Tompkins, filántropos ecologistas estadounidenses multimillonarios con una fuerte presencia en Sudamérica, que compraron tierras en la región de Corrientes a ganaderos en la década de 2000 antes de donarlas a las autoridades.
Pablo Guerra escruta las llanuras circundantes salpicadas de pequeños grupos de palmeras, luego se arrodilla junto a un charco de barro e inspecciona las huellas dejadas por el jaguar.
Formado en la Universidad de Buenos Aires, el hombre odia el trabajo de laboratorio. “En mi unidad de la universidad había tres opciones: investigar con moscas, mosquitos o ratas, explica. Preferiría morir“.
Por suerte para él, su oficina está en Iberá, en la isla de San Alonso, rodeada de miles de hectáreas de esteros. El centro de reintroducción de yaguaretés del Iberá cuenta con un recinto de 1.400 metros cuadrados donde se alojan ejemplares de Panthera onca, el mayor felino salvaje de Sudamérica, antes de ser liberados en su hábitat natural. Algunos de estos ejemplares han sido donados por zoológicos, mientras que otros han sido reubicados desde países vecinos. Es empleado a tiempo completo de Rewilding Argentina, la ONG que tomó el relevo del matrimonio Tompkins.
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