Transición ecológica: 10 retos para el uso del suelo

El suelo de bosques y cultivos por igual es objeto de numerosos conflictos de acceso, uso y explotación. Las políticas públicas actuales y futuras tienen que conciliar innumerables imperativos técnicos, medioambientales, culturales y económicos que a menudo están reñidos con la transición ecológica.

El suelo de bosques y cultivos en el campo está en la mira. 

Con la COP15 sobre desertificación, la COP27 sobre clima y la COP15 sobre biodiversidad, la lucha contra el calentamiento global y la preservación del medio ambiente debían estar en el centro de los debates en los próximos años. 

El 2022 fue un año con muchos récords en términos de catástrofes naturales y calentamiento global. 

Uno de los temas centrales comunes a todas las COP es el estado crítico del suelo mundial. Mientras que los proyectos de desarrollo cero florecen aquí y allá, y el plan para proteger el 30% de las zonas terrestres y el 30% de las zonas marítimas de aquí a 2030 fue validado en la COP15 para la biodiversidad, el estado del suelo sigue siendo preocupante, ya que se siguen acaparando y destruyendo tierras.

En lugar de campos de cultivo, surgen urbanizaciones y se talan bosques para dejar paso a nuevas parcelas de cultivo o ganadería intensiva. 

Según la ONU, cada año se pierden 12 millones de hectáreas de tierra fértil a manos del hombre, una superficie del tamaño de Benín u Honduras. Y eso sin contar la contaminación del suelo, el drenaje y la sobreexplotación. 

La ONU calcula que la producción mundial de alimentos disminuirá un 12% de aquí a 2035, lo que amenaza el sustento de muchas familias.

Son previsiones nefastas en un momento en que la tierra, garante del bienestar de los ecosistemas y de la seguridad alimentaria de las poblaciones, es objeto de intensas luchas, como ocurre en Brasil y en la República Democrática del Congo. 

El anterior presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, y su administración se han distinguido por su claro rechazo de los imperativos medioambientales y por su política de represión de los movimientos militantes de protección de la Amazonía y de las poblaciones indígenas de la región. 

Durante su presidencia, la deforestación media anual aumentó un 75% en comparación con la década anterior (2009 -2018), y un informe de la ONG Cimi enumera 176 asesinatos de indígenas en la región hasta 2021.

El regreso de Lula a la presidencia ya sugiere un giro de 180 grados en comparación con su predecesor. Recién investido, Lula firmó el 2 de enero de 2023 decretos para limitar el uso de armas e intensificar la protección de la Amazonia.

En este contexto de grandes tensiones sobre el uso de la tierra en todos los rincones del planeta, unos cuarenta científicos se reunieron para establecer 10 hechos, o más bien 10 cuestiones prioritarias que deben tenerse en cuenta en la gestión del suelo y las tierras agrícolas para garantizar una transformación coherente y acorde con los imperativos sociales y medioambientales.

La tierra, un recurso precioso

Suelo y patrimonio cultural

La tierra adquiere distintos significados en función de las sociedades que la habitan. Los paisajes son altamente utilitarios, generadores de recursos (minerales, madera, tierras de cultivo, etc.). 

Pero la importancia de una zona no puede medirse simplemente por su valor comercial o productivo. Los paisajes también tienen un valor simbólico y cultural, porque la tierra es un lugar donde la gente vive e intercambia. 

Es un patrimonio sentimental para los individuos, que en algunos casos puede conllevar un aura religiosa y/o tener una dimensión política. La tierra se convierte así en un lugar de influencia y poder, y por tanto en objeto de contestación y a veces de conflictos violentos.

Cambios rápidos de uso

La mano del hombre convirtió rápidamente el bosque en campo, y el campo en urbanización. 

En el espacio de unas pocas décadas, los suelos se transforman drásticamente y se destinan a nuevos usos, en detrimento de las especies vivas (humanas, animales, vegetales, etc.) que antes estaban adaptadas al medio en el que vivían. 

Estos cambios bruscos alteran el equilibrio de estos entornos, provocando la muerte, el desplazamiento o, a veces, la adaptación violenta de los individuos.

Sin embargo, el funcionamiento de la tierra y los ecosistemas es el resultado de múltiples relaciones entre el clima, las condiciones del agua, las condiciones del suelo, la flora y la fauna, y las personas, todas ellas construidas a lo largo de varias décadas o siglos. 

La complejidad de estas relaciones hace difícil predecir las repercusiones de cualquier transformación en una zona, sobre todo en el sistema actual, en el que el uso de la tierra cambia rápidamente.

Daños sociales y medioambientales que pueden ser irreversibles

La transformación total de ciertos ecosistemas también tiene consecuencias sociales y medioambientales irreversibles durante décadas, sino siglos. 

El vasto desarrollo costero del litoral francés es un ejemplo paradigmático de esta irreversibilidad. 

Donde antes había humedales, hogar de muchas especies animales, la construcción de estaciones balnearias (hoteles, diques, terraplenes, carreteras, etc.) ha destruido estas zonas y expulsado a muchas especies costeras en favor del turismo, floreciente para la economía francesa. 

Por ejemplo, entre 1970 y 2010, la superficie agrícola útil (SAU) de las comunidades costeras francesas disminuyó un 25%, frente a una media del 10% en el resto de Francia continental. 

En las zonas costeras viven actualmente 6 millones de personas, la mayoría de las cuales dependen del turismo o de la industria (construcción naval, pesca, energía, etc.).

Las pequeñas acciones tienen grandes consecuencias

La transformación de una zona puede tener toda una cascada de consecuencias para una región. 

La simple construcción de un nuevo complejo comercial a las afueras de una ciudad, por ejemplo, contribuye a la reorganización de la zona mediante la construcción de nuevas infraestructuras viarias, y a la recreación de zonas dinámicas donde surgirán nuevas viviendas a tiro de piedra del centro comercial. Pero eso no es todo. 

Además de las perturbaciones locales (destrucción de la flora y la fauna locales) provocadas por el desarrollo concreto, la contaminación acústica (transporte), la contaminación visual (contaminación lumínica), la contaminación química y la artificialización del suelo, por citar sólo algunas, repercuten mucho más allá de las zonas afectadas, afectando a los ecosistemas vecinos y contribuyendo indirectamente a modificar las características climáticas de la zona.

Una red compleja y global

El uso de la tierra tiene consecuencias a varios niveles: regional, nacional e internacional. 

Según los autores, casi el 40% de la extracción de recursos primarios se destina a los mercados mundiales. El comercio internacional representa en torno al 23% de la producción económica mundial, mientras que es responsable de entre el 21% y el 37% del uso de la tierra, y de entre el 17% y el 30% de la pérdida de biodiversidad. 

Así, la deforestación en Brasil está directamente vinculada a los movimientos mundiales en los mercados de bienes y servicios, en particular para la cría de ganado y la producción de soja, siendo el principal destino de esta última el mercado chino. 

En 2020, las importaciones chinas estaban vinculadas a una pérdida neta de 229.000 hectáreas de bosque. Esta tendencia también es evidente en Indonesia (palma aceitera) y la República Democrática del Congo (minería y deforestación), por citar solo dos ejemplos.

Nuevas tierras, nuevos usos, nuevas destrucciones

Según datos del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) en su informe que se publicará en 2019, casi 130 millones de km2 de tierras antes heladas son ahora accesibles a la humanidad como consecuencia del calentamiento global. 

Y estas nuevas tierras, ricas en recursos agrícolas y mineros, no han tardado en ser explotadas. De hecho, se calcula que en 2015, 3/4 partes de estas nuevas tierras ya estaban siendo utilizadas por el ser humano para cultivos, ganadería o silvicultura.

Más sinergias en el uso de la tierra

Los científicos creen que los responsables políticos deben reflexionar realmente sobre las posibles sinergias en la tierra. Los proyectos centrados en un único objetivo suelen ser contraproducentes. 

Por ejemplo, el proyecto de plantar un gran número de árboles (la campaña del billón de árboles) es poco realista tanto desde el punto de vista técnico (la superficie destinada a este proyecto) como por su ineficacia en la lucha contra el calentamiento global y sus consecuencias nefastas para los ecosistemas y las actividades humanas. 

Otros proyectos, sobre todo de producción de bioenergía, pueden resultar perjudiciales sin una regulación gubernamental. Otra vez como ejemplo ponemos a Francia, que legisla actualmente para que los cultivos energéticos no sustituyen a los cultivos alimentarios, cuya venta es menos rentable. 

De momento, los cultivos primarios dedicados a los biocarburantes están limitados al 15% de la producción. 

Pero nada impide que otros gobiernos den a los agricultores libertad de elección en cuanto al uso final de sus cultivos, creando así una competencia entre los imperativos de acceso a los alimentos y los imperativos financieros y/o energéticos.

Acceso diferenciado a la tierra

Diversos actores comparten, ocupan y utilizan las tierras, ya sea legal o ilegalmente. Estas tierras son a menudo escenario de luchas entre quienes exigen el reconocimiento de su derecho a utilizarlas y vivir en ellas, como en el caso de los pueblos indígenas de Brasil y Canadá, y el reconocimiento de sus derechos a proteger los ecosistemas. 

Los opositores suelen señalar con el dedo la explotación de estas zonas con fines lucrativos y los abusos sociales y medioambientales (contaminación, destrucción, explotación de las poblaciones locales, expropiación).

Creciente concentración de la tierra

Mientras que en los años 80 las desigualdades en el acceso a las tierras agrícolas disminuían, la industrialización masiva de la agricultura y la liberalización de los mercados agrícolas han provocado una tendencia inversa. 

Las explotaciones más grandes y productivas se enriquecieron y acumularon recursos de tierras. Las compras, quiebras y jubilaciones han dado lugar a la aparición de auténticos imperios agrícolas. 

Según los resultados de un estudio publicado por expertos miembros de la Coalición Internacional para el Acceso a la Tierra, la inmensa mayoría de las explotaciones agrícolas del mundo actual – el 84% – tienen menos de 2 hectáreas y sólo representan el 12% del total de tierras cultivables. 

En el otro lado de la balanza, el 1% de los propietarios agrícolas posee el 70% de las tierras cultivables. Una situación que amenaza directamente los medios de subsistencia de casi 2.500 millones de personas que dependen de las tierras agrícolas. Esta diferencia es mayor en América Latina, mientras que en Asia, como China y Vietnam, las desigualdades son menos llamativas. 

En Europa, el tamaño medio de las explotaciones casi se ha duplicado desde los años sesenta.

Llamamiento a la justicia social y medioambiental

Los científicos responsables de la publicación reclaman una mayor justicia social y medioambiental. Los imperativos técnicos (soberanía alimentaria, energía, vivienda, adaptación al calentamiento global, etc.) deben combinarse con los imperativos socioambientales.

Pero este equilibrio es complejo, porque no es sólo técnico. La tierra está impregnada de un patrimonio biológico y cultural que hay que tener en cuenta en la transición ecológica. La gestión de la tierra debe organizarse de manera que se garantice un reparto equitativo de la tierra y el respeto de los diferentes usos y culturas, en particular los de las poblaciones autóctonas. 

Pero para que la tierra deje de concentrarse en manos de un número cada vez más reducido de personas, los gobiernos deben poner en marcha sistemas que regulen el acceso a la tierra, no dando prioridad a las decisiones económicas en detrimento de los imperativos sociales y ecológicos, e impulsando la aplicación de estrategias a largo plazo.

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