¿Debemos creer realmente en la tecnología digital responsable?

¿Puede lo digital ser realmente “responsable”? ¿Y qué significa eso en la práctica? Echemos un vistazo.

Cuando comenzó la revolución digital hace casi tres décadas, prometía transformar profundamente la sociedad, en ámbitos tan variados como la información, la comunicación, los negocios, la transición energética y ecológica en general, y muchos otros.

En muchos aspectos, la promesa se ha cumplido: a partir de ahora, será imposible pensar en el mundo sin tecnología digital, sin Internet, sin redes sociales, sin herramientas modernas de comunicación o sin las capacidades de cálculo y trabajo de los ordenadores.

Sin embargo, el balance dista mucho de ser totalmente positivo, y en varios puntos seguimos preguntándonos si el impacto de la tecnología digital es realmente tan bueno.

En materia de transición ecológica, por ejemplo, hoy es difícil hacer un balance entre el consumo de recursos y energía del sector, por una parte, y la contaminación que contribuye a evitar, por otra.

En términos sociales, ocurre lo mismo: mientras que por un lado la tecnología digital conecta a las personas, por otro las aísla, confina y excluye.

Frente a este panorama desigual, algunos reclaman desde hace años una economía digital “responsable”, es decir, una economía digital concebida para responder mejor a nuestros retos colectivos, una economía digital diseñada para tener un impacto más positivo en la sociedad, una economía digital puesta al servicio del interés general, por así decirlo.

Cada vez son más las organizaciones, los autores e incluso las personalidades políticas que hablan de diversas iniciativas que supuestamente encarnan la tecnología digital responsable. Es la última palabra de moda en el mundo empresarial, de la que todo el mundo habla.

Pero, ¿debemos creer en esta moda de la responsabilidad digital? ¿Qué es exactamente una tecnología digital “responsable”? Y, sobre todo, ¿cómo puede la tecnología digital tener un impacto más positivo en nuestra sociedad? Veámoslo más de cerca.

La tecnología digital y su impacto medioambiental y social

Para entender por qué se habla tanto de tecnología digital responsable, conviene ser conscientes de cómo afecta este sector a nuestras sociedades, sobre todo en términos sociales y medioambientales.

En términos económicos, la contribución del sector digital parece evidente: al facilitar las comunicaciones, las transacciones y el intercambio de información, la tecnología digital ha transformado profundamente nuestros sistemas económicos.

En los albores de la década de 2000, permitió un crecimiento económico sin precedentes que, como suele ocurrir en la tragicómica historia del liberalismo moderno, terminó en una burbuja financiera. 

Industrias enteras sufrieron un vuelco radical con la llegada de la tecnología digital, mientras que otras surgieron de la nada, y con ellas llegaron nuevos modelos económicos (redes sociales, uberización, análisis y gestión digital de datos, etc.).

La tecnología digital también ha contribuido al desarrollo masivo de nuestras capacidades científicas en muchos campos, desde las matemáticas y la medicina hasta la climatología y muchos otros.

Sin embargo, cuando observamos cómo la tecnología digital ha contribuido a mejorar nuestros indicadores sociales y medioambientales, el panorama es más cuestionable.

La tecnología digital prometió conectar a las personas y facilitar las relaciones sociales, pero el aislamiento social nunca ha sido tan frecuente.

La tecnología digital también significa odio en línea, acoso, a veces nuevas formas de adicción y un sinfín de problemas, como la cantidad de tiempo que los niños pasan delante de las pantallas.

Muchos de los analistas psicológicos y sociológicos que estudian el impacto de la tecnología digital también la ven como un vehículo para polarizar opiniones, una herramienta para un nuevo tipo de radicalismo que a menudo se expresa con gran violencia. 

¿Y qué decir de quienes siguen privados de los usos digitales, limitados por la falta de infraestructuras y accesibilidad o la falta de alfabetización digital? Son la prueba de que la tecnología digital sigue siendo muy desigual.

Anunciada como un espacio de libertad y transparencia, la tecnología digital es paradójicamente también un lugar de opacidad y vigilancia.

Esto es particularmente cierto cuando se trata de la gestión de datos personales y el respeto de la privacidad, con los principales actores digitales regularmente señalados por sus malas prácticas en estas áreas. Esto plantea serias cuestiones éticas.

Desde el punto de vista medioambiental, también es difícil hablar de un impacto claramente positivo.

Por un lado, la tecnología digital encierra la promesa de la desmaterialización (menos impresión en papel, por ejemplo), pero la realidad es mucho más compleja.

Hoy en día, la tecnología digital produce más emisiones de CO2 que la aviación en todo el mundo, pero también consume enormes cantidades de recursos.

Lejos de estar desmaterializada, la tecnología digital, sus equipos e infraestructuras (centros de datos, terminales y otras estructuras de conexión) pesan, en toneladas, 5 veces más que el parque automovilístico francés, lo que no es poco.

Para que exista tecnología digital, hay que extraer muchos recursos naturales de la corteza terrestre: metales, minerales y otros. Cada año se utilizan 63 millones de toneladas de recursos para producir equipos e infraestructuras digitales.

La industria digital es actualmente una de las de mayor crecimiento, y con ella se dispara el consumo de energía y recursos, así como las emisiones de gases de efecto invernadero y diversos contaminantes.

Una tecnología digital más responsable: vaguedad y ambigüedad

“Digital responsable”, término comodín donde los haya, se refiere a la tecnología digital que sirve a la transición ecológica, que es más accesible, disruptiva e inclusiva, que sirve a la información y a la libertad de expresión, que ahorra energía y recursos, que es innovadora, etc. 

Al darse cuenta de que no todo es de color de rosa o verde en el ámbito digital, el término digital responsable está ahora en todas partes: es la nueva prioridad para los CIO, la cuestión número 1 de la transición digital, un compromiso esencial para los actores del sector público… 

Todo el mundo utiliza la palabra al unísono, desde los expertos de la industria a los especialistas en la transición ecológica, así como – y esto debería bastar para incitar a la prudencia – las grandes empresas.

Y si hay que ser prudente, es también porque, cuando se examina de cerca la plétora de discursos sobre el uso responsable de lo digital, realmente se encuentra de todo. 

A menudo se trata de una lista interminable de buenas acciones y buenas prácticas, como “clasificar los correos electrónicos”, que no abordan realmente las cuestiones en juego.

A veces, se trata de declaraciones vagas, sin pruebas cuantificadas, de empresas que afirman haber reducido la huella medioambiental de sus sistemas digitales, a menudo con la ayuda de pseudocompensaciones de carbono… Pero sin cambiar realmente nada.

En medio de todo esto, hay por supuesto algunas iniciativas positivas (uso de energías renovables, reutilización y reciclaje de equipos, por ejemplo), pero nada que ponga realmente en tela de juicio el hipercrecimiento desenfrenado del sector digital, y por tanto sus impactos negativos. 

Desgraciadamente, las cifras lo confirman: entre 2010 y hoy, la huella de carbono del sector digital se ha multiplicado por 2, y su consumo de agua por casi otro tanto. 

Entonces, ¿qué hay que hacer para invertir la tendencia y conseguir que la tecnología digital se ajuste más a nuestros objetivos medioambientales y sociales? En primer lugar, debemos comprender mejor el problema.

Entender mejor el problema de lo digital

¿Cuál es el problema de la tecnología digital? Sencillamente, cómo la utilizamos. Al fin y al cabo, lo digital no es más que una herramienta, que podemos (o no) utilizar para una gran variedad de cosas.

Hoy en día, sin embargo, la tecnología digital se está convirtiendo en una herramienta que utilizamos para absolutamente todo, y sobre todo para cualquier cosa. Y por eso acaba causando problemas.

Sí, la tecnología digital es un aliado formidable para maximizar la inteligencia humana, permitirle explorar nuevos horizontes técnicos y científicos, y acelerar y facilitar la transmisión de datos e información.

De eso no hay duda. Pero los principales usos de la tecnología digital en el mundo actual están muy alejados de estas misiones virtuosas. Hoy en día, la tecnología digital se utiliza principalmente en la industria del entretenimiento.

Casi el 60% del tráfico de datos digitales es streaming de vídeo: vídeos musicales, películas, pero también pornografía (un sector predominante en la web, hasta el punto de que un estudio reciente demostró que los gigantes del porno acaparan más datos personales que los gigantes del streaming de vídeo tradicional).

También es la industria publicitaria: ya no sorprende ver pantallas gigantes conectadas a estaciones y otros lugares públicos para mantenernos al día de los últimos descubrimientos de los anunciantes.

Cada vez más, lo digital es también objetos conectados: un frigorífico que nos informa del tiempo, una ducha que reproduce música, o los famosos “dash buttons” que permitían pedir detergente o papel higiénico con sólo pulsar un botón (antes de que dejaran de fabricarse)…

La tecnología digital se ha vuelto tan omnipresente que requiere cada vez más equipos (ordenadores, teléfonos, objetos conectados), cada vez más infraestructuras (centros de datos y similares), y cada vez más energía y recursos.

El principal problema de todo esto es la rápida multiplicación del número de objetos digitales: compramos una cantidad fenomenal de teléfonos y ordenadores, obligados por la perpetua carrera por la última innovación y ayudados por la obsolescencia programada. 

Según un estudio de GreenIT, la producción de estos equipos representa por sí sola el 30% del balance energético mundial, el 39% de las emisiones de gases de efecto invernadero, el 74% del consumo de agua y el 76% del agotamiento de los recursos abióticos.

Por otra parte, también se multiplica el consumo de energía, vinculado no sólo a estos equipos, sino también al conjunto de la red, los centros de datos, etc.

La crisis de la inflación digital

Así pues, entendemos que el problema fundamental no es la tecnología digital en sí, sino la inflación digital, el hecho de que se cuele por todas partes, incluso donde su utilidad no siempre está clara. 

Y la inflación no es sólo cuantitativa, sino también cualitativa: hoy en día, los sitios web son todos cada vez más complejos, atiborrados de vídeos, animaciones y código pesado. Como consecuencia, el tamaño medio de una página web no ha dejado de aumentar. 

Y como cada día se cargan miles de millones de páginas web, acaban pesando mucho, también en términos medioambientales.

La innovación y el progreso técnico, incluso en términos de eficiencia energética, ya no son capaces de compensar este aumento continuo de las exigencias digitales, reforzadas artificialmente por todos los actores del sector y a veces incluso por las autoridades públicas. 

¿El mejor ejemplo reciente? El del 5G, que sin duda será más eficiente energéticamente que su homólogo 4G, pero que sobre todo provocará, por efecto rebote, un aumento masivo de las transmisiones de datos… principalmente para ver vídeos de gatos en HD en el metro de camino al trabajo, o para transmitir tus series de televisión en streaming durante la pausa del almuerzo.

La inflación digital también tiene consecuencias sociales: por supuesto, si la tecnología digital está en todas partes, cada vez es más difícil prescindir de ella para quienes no están formados en su uso (lo que se conoce como analfabetismo) o para quienes no pueden utilizarla plenamente (las personas con discapacidad, por ejemplo).

Cada vez es más difícil prescindir de la tecnología digital, ya sea para fines administrativos o bancarios, para la educación o para la vida social en general. ¿Aún es posible reservar una cita médica sin utilizar una aplicación?

Y es también la omnipresencia de la tecnología digital (y el carácter casi monopolístico del sector) lo que nos obliga a mantener un debate tan intenso sobre la protección de los datos personales.

El reto de la sobriedad digital

Los que trabajan en el sector digital, y en particular los que defienden una versión diluida de la responsabilidad digital, deben comprender que la crisis vinculada a la inflación digital no puede enmascararse cambiando a las energías renovables, apagando nuestras cajas por la noche o clasificando nuestros correos electrónicos. 

Hoy en día, la tecnología digital representa el 5,5% del consumo mundial de electricidad: toda la producción mundial de energía eólica no bastaría para alimentar el sector digital.

Y esto es tanto más cierto cuanto que el consumo energético del sector no deja de crecer. Por no hablar de los recursos naturales, que se agotan cada vez más rápido a medida que los equipos digitales los engullen a un ritmo frenético, sin que apenas se recicle nada por falta de una industria madura.

Así pues, una tecnología digital responsable, la que realmente limita su impacto, es ante todo una tecnología digital consciente de sus propios límites. 

Parafraseando a Frédéric Bordage, experto en tecnologías digitales responsables de GreenIT, la tecnología digital es un recurso limitado que hay que gestionar mejor hoy para que no se agote mañana, dejándolo correr contra los límites del planeta.

Por lo tanto, el digital responsable es aquel que sitúa la sobriedad digital en el centro de su planteamiento.

Menos digital, menos equipos, menos datos, siempre que sea posible. Reservar los usos digitales para cuando sean realmente útiles y puedan beneficiar a la comunidad.

Sí al 5G para impulsar la innovación científica o la medicina de vanguardia, pero ¿realmente lo necesitamos en nuestros teléfonos? Sí al vídeo cuando hace que un sitio web sea más accesible o realmente facilita la lectura, pero ¿realmente lo necesitamos para llenar los sitios web de noticias con anuncios de todoterrenos?

Las mismas preguntas podrían hacerse sobre la renovación de equipos en empresas o domicilios particulares, o el crecimiento explosivo de los servicios de streaming.

¿Y si digital responsable significa menos digital?

Todo esto podría resumirse en una pregunta: ¿y si la tecnología digital responsable significará menos tecnología digital? Esta visión de menos, que es la única forma de reducir los impactos negativos del sector, es a menudo incompatible con los objetivos de los actores tecnológicos, que abogan constantemente por más: más objetos digitales, cada vez más potentes, cada vez más eficientes, para una inmersión cada vez más total.

Así que no podemos evitar darnos cuenta de que los que más predican sobre la tecnología digital responsable son paradójicamente los que quieren hacer de la tecnología digital la solución a todos los problemas del mundo, y que al final hacen todo lo posible por contribuir a su explosión.

Los mismos que venden tecnología digital ecológica promocionan el último perro robot de alta tecnología para entretener a tu hijo, o el último reloj conectado que te da el horóscopo (y a veces la hora). Y en el CES de Las Vegas, punto álgido del mundo tecnológico y digital, esta incoherencia lucha por esconderse tras la opulencia de los stands de las start-ups y otros gigantes del sector: la sobriedad no está a la orden del día.

Mientras tanto, en medio de todo esto, es difícil distinguir entre las verdaderas soluciones digitales y las que no son más que artilugios.

Es cierto que algunos grandes fabricantes de teléfonos inteligentes y ordenadores se han comprometido a obtener el 100% de su electricidad de fuentes renovables.

Pero, al mismo tiempo, son los que ejercen una fuerte presión contra la iniciativa europea del cargador único para reducir los residuos. 

¿Y por qué razón? Para vender más y más accesorios. Los que se proclaman defensores de una tecnología digital responsable al servicio de la transparencia y la información son los mismos que han sido condenados por los tribunales por incumplir las leyes de protección de datos personales de menores. ¿Y para qué? Para vender publicidad cada vez más segmentada.

¿Qué esperanza hay de un futuro digital responsable?

En resumen, cuando observamos las tendencias del sector, tenemos que admitir que la esperanza de ver cómo el sector digital se vuelve “responsable” y equilibra por fin sus impactos parece muy escasa. 

En primer lugar, porque las medidas puestas en marcha por quienes pretenden ser digitalmente responsables siguen siendo con demasiada frecuencia medidas cosméticas que tienen poco impacto en el problema general. 

Y, sobre todo, porque los actores del sector siguen sin entender que lo digital no es una solución milagrosa que debamos ver crecer, y que no resolveremos los problemas del planeta con cada vez más digital. 

Por supuesto que podemos (y debemos) reducir el impacto negativo de la tecnología digital mediante iniciativas como la reutilización y el reciclaje de hardware, el despliegue de fuentes de producción de energía alternativas y el diseño ecológico de software y hardware. Pero el quid del problema es que tenemos que frenar la carrera, la precipitación digital.

Hoy, creer en una “tecnología digital responsable” significaría creer en la capacidad del capitalismo liberal para autorregularse y poner límites, algo que nunca ha sido capaz de hacer.

Es difícil imaginar a los grandes actores digitales del mañana actuando para moderar el crecimiento del sector, por menos streaming, menos datos, menos tecnologías complejas. 

Es difícil imaginarlos abrazando la sobriedad digital y abandonando la retórica de la innovación digital que todo lo salva.

Para ellos, la tendencia a la responsabilidad digital es a menudo, por el contrario, una especie de coartada que les permite, bajo la apariencia de centros de datos que calientan piscinas, seguir apoyando la inflación y la burbuja digital, que alimentan sus beneficios más que ninguna otra cosa.

De hecho, sin un marco preciso definido colectivamente por la sociedad, existe un riesgo real de que la tecnología digital siga desarrollándose de forma totalmente anárquica, a pesar de cualquier lógica medioambiental o social, sin priorizar nada, sin priorizar las necesidades.

Seguirá engullendo nuestros recursos naturales, probablemente para producir objetos digitales e “innovaciones” de utilidad cuestionable, de forma profundamente desigual.

Las empresas digitales seguirán sin duda aprovechando el considerable poder que les ha dado la explosión de este mercado desregulado para desafiar a las sociedades civiles y políticas mundiales, ya sea en materia de gestión de datos o de fiscalidad.

Mientras tanto, es fácil distinguir entre los que son sinceros y los que ensalzan las virtudes de la tecnología digital responsable: basta con averiguar cuáles de ellos abogan realmente por la sobriedad digital en todas sus dimensiones, por un mundo digital abierto, democrático y desvinculado. Spoiler: no hay muchos.

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