La ilusión de una economía verde

Economía y naturaleza

Corremos un verdadero riesgo “conceptual” al hacer de estos principios de mercado el núcleo de nuestras ambiciones en materia de transición ecológica, y por ello es necesario reflexionar. 

En primer lugar, porque apostamos a que es posible (e incluso deseable) conciliar la esfera económica con la naturaleza. Pero nada indica que sea así.

La economía, por definición, funciona en detrimento de la naturaleza. Todo lo que producimos lo hacemos explotando recursos, seres vivos y espacios naturales, que luego transformamos y desnaturalizamos. 

Pensar que existe una forma de economía que estaría “desvinculada” de sus impactos medioambientales es una especie de pensamiento mágico cornucopiano, en el que la humanidad se habría extraído a sí misma de la naturaleza. 

Los estudios demuestran que no es así: la producción económica, independientemente de las etiquetas que se le pongan (verde, circular, biomimética, neutra en carbono, etc.) siempre tiene un impacto medioambiental. Incluso si los impuestos y otros mecanismos de mercado pueden a veces poner a los agentes económicos en el buen camino, está claro que no son suficientes, porque no son suficientemente restrictivos ni están bien supervisados. 

Los investigadores han demostrado incluso que si los agentes económicos tuvieran que pagar realmente el coste de su impacto ambiental, sencillamente no serían rentables.

En lugar de reconocer esta discrepancia entre la esfera económica y la naturaleza, seguimos pretendiendo que podemos conciliar lo mejor de ambos mundos. 

Así que optamos por centrarnos en palancas de acción extraídas del pensamiento económico, que probablemente no nos permitirán realmente tener más en cuenta las cuestiones medioambientales.

Sancionar y desmonetizar los seres vivos

Sobre todo, al recurrir a estos métodos de acción, nos privamos en gran medida de palancas como la regulación, la prohibición o la coacción, con el pretexto de que preferimos las alternativas “de mercado”, menos restrictivas y más basadas en los incentivos.

Así, en lugar de prohibir simplemente ciertas prácticas contaminantes, preferimos aplicar un principio de “quien contamina paga” o de imposición, que de hecho permite a los más privilegiados seguir contaminando. 

En lugar de salvaguardar la naturaleza y protegerla del impacto de la esfera económica, preferimos incentivar y exigir mecanismos compensatorios.

Esto permite a los agentes económicos continuar con sus negocios, casi como si nada hubiera pasado, y por qué no, aprovechar la situación para crear nuevos negocios.

Por eso no debe extrañarnos que las negociaciones de la COP15 tropiecen con dificultades en torno al objetivo de proteger el 30% de los ecosistemas del planeta. 

Tampoco que se sigan lanzando actividades industriales y grandes proyectos económicos en ecosistemas frágiles y únicos. 

Sin embargo, un número creciente de estudios científicos demuestra que la mejor manera de proteger la naturaleza es dejarla en paz. 

Algunos investigadores estiman que es necesario proteger el 50% de las zonas naturales del planeta si queremos tener alguna posibilidad de atajar la crisis ecológica mundial. 

En la actualidad, apenas llegamos al 15%, y aun así, sobre todo en la Antártida y en zonas poco críticas en términos de biodiversidad. 

En cambio, los grandes puntos calientes de los ecosistemas mundiales siguen sometidos a la presión de los industriales, la deforestación, la minería y la agricultura, que se perpetúan con los argumentos de la compensación ecológica y la llamada gestión sostenible del territorio. 

Las herramientas que estamos utilizando para llevar a cabo la transición ecológica están reforzando nuestro dominio sobre la naturaleza, en lugar de reducirlo. 

Tanto es así que en la COP15 sobre biodiversidad se debatirá abiertamente la “patente” de organismos vivos, es decir, autorizar a las empresas a apropiarse de los datos de la naturaleza.

En vísperas de la COP15, quizá haya llegado el momento de dar un paso atrás, o al menos de controlar y regular mejor esta tendencia a la explotación económica de la naturaleza. 

Aunque el vínculo entre economía y ecología no es del todo malo, hay que tener mucho cuidado para que no se convierta en una mercantilización excesiva de los ecosistemas.

En estos momentos, mientras los científicos reclaman cada vez con más claridad que se dé refugio a la vida, nuestras políticas ecológicas hacen precisamente lo contrario, sacar la naturaleza a subasta.

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